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sábado, 8 de diciembre de 2012

8 de Diciembre. Milagro de Empel y Día de la Inmaculada Concepción


8 de Diciembre de 1585.- 

   El tercio de Bobadilla se encuentra aislado en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal y completamente rodeada por las tropas holandesas del almirante Holak. El cerco se va estrechando día a día hasta que el día 7 de diciembre, sabiendo que a los españoles hace tiempo que no les quedan víveres, el almirante holandés ofrece una rendición honrosa al Maestre Bobadilla... pero Holak no contaba con que la respuesta iba a ser: "Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos".




 
Plano de la isla de Bommel.




     El almirante hereje conoce bien a los españoles, al fin y al cabo él también en otro tiempo se sintió español. Sabe de su valor y arrojo, de su pericia y habilidad para salir airosos de situaciones límite, de su condenada cabezonería, de su temeraria obstinación, vamos, sabe de sobra cómo se las gastan los españolitos cuando de batirse el cobre se trata y sabe que es mejor dejarlos marchar con honores a pelear contra ellos, pero… ¿a qué esperan para rendirse? ¿acaso no ha sido magnánima su oferta de capitulación?.Enfadado por la respuesta de Bobadilla, Holak abre los diques de ambos ríos y el campamento queda rápidamente inundado. El único retazo de tierra firme que sobresale por encima de las aguas es el montecillo de Empel, en el que se atrincheran los soldados del tercio, dispuestos a presentar batalla y a morir allí si es menester.


 
Soldados de los Tercios españoles



     Los soldados del Tercio Viejo estaban a merced de su artillería (diez navíos de línea más un fuerte situado a la orilla del río Mosa), además, están sin víveres ni ropas secas con las que aliviarse del terrible invierno holandés, apenas sin enseres ni armamento, aislados en aquel pequeño montículo, sin posibilidad de recibir refuerzos o ayuda alguna, estaba claro que en aquella penosa situación las tropas españolas, unos 5.000 hombres,  como diría más tarde un afligido y dolorido Holak, no tenían otra opción que recibir con alivio su generosa oferta de capitulación. Pero no.
      Sin apenas esperanza y con la imposibilidad de su auxilio, el Tercio Viejo ya se preparaba para lo peor pues la mayoría de las pocas provisiones que les quedaban tuvieron que ser abandonadas a su suerte ante la violencia con la que se precipitó el agua sobre la isla. Tras este episodio y con el tercio dispuesto a aguantar cuanto se viniese encima, un soldado cavando una trinchera halló con algo duro. Era una imagen flamenca de la Virgen de la Inmaculada Concepción. Los soldados del tercio eran muy católicos, y enseguida se tomaron el hallazgo como una señal divina.

     Así lo relata un contemporáneo:
“En esto, estando un soldado español haciendo un hoyo en el dique para guardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía junto a su tienda y cerca de la iglesia de Empel, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, con tan vivos y limpios los colores como si se hubiera acabado de hacer.”

      La imagen se dispuso en un altar improvisado y los soldados se encomendaron a ella para que les ayudase en la batalla. Bobadilla para arengar a sus soldados en plena adoración se dirigió a ellos y dijo: "¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?" "¡Si queremos!".
     D. Francisco Bobadilla, Maestre de Campo de los Tercios españoles,  otro que tenía los colmillos harto retorcidos de despachar enemigos, decidió que ya era hora de calentarse a la manera española, que no es otra que “calentar” al enemigo. Quiso la casualidad que a la noche siguiente, la del 7 al 8 de Diciembre, soplara un viento frío como la madre que lo parió que congeló hasta  las sucias barbas de los españoles, pero también las aguas del río Mosa, de tal manera que permitía caminar por encima del lecho como si fuera una autopista hacia la victoria. Así que los españoles, esos tipejos mal encarados, prepotentes y tendenciosos, pasaron de la penitencia al jolgorio, de sentirse víctimas –algunos soldados españoles, viendo imposible la victoria, habían planteado suicidarse antes que caer en una deshonrosa derrota ante los infieles- a ejecutores de herejes impíos y decidieron que por cortesía, debían hacerle una visita al hereje, quien por otra parte, andaba muy preocupado en dónde iba a meter tanto prisionero de tan seguro que estaba de la victoria… y ajeno por completo a la siniestra sombra en forma de guadaña que se cernía sobre su noble -y hereje- cogote.





     Esto ocurre un día antes de que el enemigo tenga pensado atacar.Al amanecer del 8 de diciembre de 1585, los soldados españoles marcharon sobre el hielo hacia la flota enemiga que no se esperaba un ataque total. Los combates fueron impecables para los españoles. Rebeldes y mas rebeldes morían, con una fiereza bestial los tercios acuchillaban y disparaban a todo aquel que se pusiese por delante, la sed de venganza acumulada por el asedio hacia que cualquier posible respuesta de los soldados holandeses fuese en vano. En el fuerte holandés situado a la orilla del río Mosa reinaba el desconcierto y el temor al ver que sus barcos estaban siendo destruidos. Finalmente los tercios de apoderaron de numerosas armas y provisiones. Los navíos  holandeses, uno tras otro, fueron, o cayendo en manos españolas o sirviendo de improvisada falla para disfrute de los, ahora sí, calientes españoles. Pero para los españoles, que ya se encontraban en su salsa, es decir, calentándose a sangre y fuego, no le era suficiente. El fuerte, esa mosca cojonera, causa de su mayor angustia y desdichas, el refugio del almirante Holak, fue su objetivo y motivo de excusa para poder calmar su sed de venganza infinita.







     No obstante la venganza no estaría completa hasta que acabasen con el fuerte. El Tercio Viejo se recompuso, rezó unas plegarias como sólo los españoles sabemos hacerlo –maldiciendo, renegando y jurando- y se lanzó furibundo, con los ojos de los soldados encendidos de ira, los rostros desencajados y clamando por Dios, por Santiago y cierra España en pos de la venganza. Ni que decir tiene que la desbandada holandesa fue total en cuanto el fuerte cayo en manos españolas, entre los que huían se encontraba el almirante Holak dejando dos frases para la historia:
"Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro"
"cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos"

     Y casi sin darse cuenta, obtuvo la respuesta a su pregunta ¿a qué esperan para rendirse?. Un milagro, querido Holak: el milagro español de Empel o cómo la fe, el sentido del honor y del deber triunfa contra pronóstico por una simple casualidad, qué más dá fuera que una tablilla o un "tablao". ¿Qué no lo entiendes? Normal. Para entenderlo, tenías que haber sido español. Como Dios.


      La Virgen de la Inmaculada Concepción fue tomada desde aquel día como patrona de los tercios y hoy en día es la patrona de la infantería española, la mejor Infantería del Mundo, que la invocó en los momentos de mayor peligro, en Flandes y en Nápoles, en Lepanto y en Nueva Granada, en Cuba y en Filipinas, en el Rif y en el Sahara y en Bosnia y Afganistán. Allá donde un infante español arriesgaba su vida por su Patria ya fuera en campos, montañas, bosques o páramos de nuestra querida piel de toro y allá donde jamás se ponía el sol, jamás faltó una plegaria para  La Virgen Inmaculada.



 
Placa homenaje a la Infantería Española en la capilla de Empel, Holanda.



    

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